Regresa Elena Blanco de Psique&Meraki para hablarnos de una película de gran éxito como “Cisne Negro” para compartir su análisis desde el punto de vista psicológico. Os dejamos directamente con Elena.
A no ser que hayas vivido en una cueva los últimos años, seguro que has visto o, al menos, te suena, la película “Cisne negro”, protagonizada por Natalie Portman.
Te cuento brevemente su argumento antes de entrar a analizarla. Esta película cuenta la historia de Nina, una joven bailarina que está permanente controlada por su madre, la cual no llegó a cumplir su sueño de interpretar a Odette en el famoso ballet de Tchaikovski. Es por ello que carga a su hija de todas sus expectativas, presiones y frustraciones, hasta el punto de que Nina acaba rompiéndose.
Recordad que si queréis que otros padres os deban un favor, compartid con ellos The Mamas & The Papas. Seguro que como mínimo os van a invitar a unas cañas.
“Cisne Negro” y el poder de las expectativas
Si buscas en internet, hay decenas, e incluso cientos de análisis psicológicos de la película y del personaje de Nina. Sin embargo, me gustaría que viéramos Cisne Negro desde una perspectiva más educativa y, posiblemente, más fácilmente trasladable a nuestros hogares y a nuestros hijxs. Por ello, vamos a centrarnos en Nina, en su madre y en la relación que se establece entre ellas.
Desde el comienzo de la película, vemos como Nina está completamente absorbida por su madre. Se le muestra prácticamente como una niña desvalida, dependiente de su progenitora, con una habitación más propia de una niña que de una mujer, con colores pastel. Su personalidad es obsesiva, rígida, introvertida, muy autocrítica y perfeccionista y con una baja autoestima. Por su parte, la madre es una persona absolutamente invasiva. No ha dejado que Nina madure y desarrolle su propia independencia. Le ayuda a cortarse las uñas, a vestirse, le controla los horarios… Incluso sabe de sus problemas psicológicos, y por ello la controla aún más (vigila si pasa demasiado tiempo en el baño, le corta más las uñas para que no se arañe, etc.).
Debemos recordar en este punto que su madre es la que le ha inculcado la pasión por el ballet a Nina y, probablemente, ha volcado sobre ella también todas sus frustraciones a este respecto.
Traslademos todo esto a un ejemplo quizás más cercano. Seguro que sabes de alguien a quien le encantaba el fútbol de pequeño. De joven parecía una promesa del deporte, pero luego, por unas cosas o por otras, no consiguió ese sueño de jugar en un gran equipo. Sin embargo, pasan los años y tiene un hijo o una hija, que desarrolla esa misma pasión, y es el que más entrena, el que mejor juega, y justamente quiere conseguir jugar en ese gran equipo. ¿Te suena?
Una expectativa es el deseo de que algo suceda, una proyección sobre el futuro, que a veces es poco realista. Tener expectativas no es ni bueno, ni malo. El problema viene después, cuando éstas no se cumplen, experimentando sentimientos como la frustración o la tristeza.
Estos deseos se fundamentan en la necesidad innata del ser humano de tener seguridad y control sobre lo que puede suceder. Y del mismo modo que lo hacemos con nosotros mismos, lo hacemos también con nuestrxs hijxs. Ellxs no tienen tanta capacidad de planificación como nosotrxs, por lo que esas expectativas que depositamos sobre ellxs son exclusivamente nuestras.
Toda esa presión, suele desembocar en problemas familiares y distanciamiento más tarde o más temprano, cuando se logra (o se intenta lograr) más autonomía e independencia. Por ello, os propongo algunas acciones que padres y madres podéis llevar a cabo para estar al lado de vuestrxs hijxs durante su desarrollo, pero permitiendo que crezcan como personas individuales.
Es importante ayudarles a planificar su propio futuro, a imaginar qué quieren ser y siempre sin basarnos en lo que nosotros deseamos, nos gusta o necesitamos.
Otro elemento importante es intentar no sobreprotegerlos, no resolver sus conflictos, que asuman sus responsabilidades y las consecuencias de sus propios actos.
Es importante valorar su esfuerzo, no solo cuando logran el objetivo que se habían planteado, sino también cuando a pesar de haberlo intentado, no lo han conseguido.
Esto les ayudará a desarrollar una autoestima más fuerte y a intentarlo de nuevo a pesar de que aparezca el tan frecuente sentimiento de frustración.